LA MILICIA NO ES ANG脡LICA

Como siempre, ARTURO P脡REZ-REVERTE, brillante en sus explicones.

Creo que alguien deber铆a explicarle a la ministra de Defensa lo que es un soldado. Me refiero a uno de esos que desfilaron hace un par de semanas con casco y escopeta. Es cierto que la ministra tiene alrededor, en cada foto, un mont贸n de generales y uniformados varios que podr铆an explic谩rselo perfectamente. Pero tengo la impresi贸n de que no se expresan bien; tal vez porque a medida que asciendes, te suben el sueldo y te acercas a la jubilaci贸n, uno suele volverse menos elocuente. Con lo f谩cil que ser铆a, por otra parte, abrirle a la titular del ramo el diccionario de la RAE por la palabra soldado, mostrarle que significa persona que sirve en la milicia, llevarla luego a la palabra milicia y hacerle leer algo que no admite equ铆vocos: (Del lat铆n militia. Femenino). 1. Arte de hacer la guerra y de disciplinar a los soldados para ella. 2. Servicio o profesi贸n militar. 3. Tropa o gente de guerra. Es cierto que hay una cuarta acepci贸n: coros de los 谩ngeles, que lleva como ejemplo la milicia ang茅lica. Pero cuidado. Que no se haga ilusiones la ministra. Ah铆 ya estamos hablando de otra cosa.
Lo que no dice el diccionario, desde luego, es tropa o gente de paz. En sentido recto, soldado remite a lo que debe: un fulano disponible para matar y que lo maten en guerras defensivas u ofensivas. Alguien que por patriotismo, obligaci贸n, dinero o lo que estime oportuno, est谩 entrenado para escabechar a sus semejantes; procurando que palmen m谩s fulanos del otro bando que del suyo. El lado turbio del oficio –matarife, a fin de cuentas– se compensa con otros aspectos respetables: disciplina, disposici贸n a soportar penalidades y miserias, y el sacrificio singular de exponerse al dolor, la mutilaci贸n y la muerte. Hay gente a la que no le gusta ese paisaje, y desde un punto de vista tan digno como su opuesto defiende la desaparici贸n de soldados y ej茅rcitos, en favor de un mundo ideal –y me temo que imposible– donde la palabra soldado sea un anacronismo. Otros, m谩s realistas, admiten que la existencia de soldados profesionales, que sirven de modo voluntario y aceptan los riesgos del oficio, es necesaria en un mundo imperfecto y violento como el nuestro.
En todo caso, la palabra humanitario nada tiene que ver. Eso no corresponde a los soldados, sino a las organizaciones y oeneg茅s adecuadas. A ellas corresponde poner tiritas, repartir agua embotellada y socorrer a los parias de la tierra. Por el contrario, la misi贸n b谩sica de los soldados –considerando la convenci贸n de Ginebra y la conciencia de cada cual– es hacer todo el da帽o posible al enemigo. Matarlo mucho y bien, inspirarle temor y vencerlo, disuadi茅ndolo de intentarlo de nuevo. Los soldados no fueron ideados para otra paz que la impuesta por sus bayonetas, ni para inspirar afecto, sino temor. Incluso en una misi贸n de paz se trata de pacificar a hostias, si hace falta. Llegado el caso, lo que se espera de ellos es eficacia letal; de un modo compatible, dentro de lo que cabe en su sangriento oficio, con la decencia y la piedad, cuando se pueda. Que maten m谩s y mejor que nadie, de manera que los intereses de su patria natural o adoptiva, o de la paz ajena que defienden, sean respetados por otros. Eso significa eficacia y ausencia de complejos. Por eso, llegados a tales extremos, las palabras soldado y misi贸n humanitaria pueden ser no s贸lo incompatibles, sino confusas y hasta mortales.
Es lo que ocurre en Espa帽a. Incapaces de conciliar de modo inteligente la necesidad de un ej茅rcito con la tendencia pacifista de la sociedad occidental actual, nuestros gobernantes –eso incluye al Pesoe como al Pep茅– intentan lo imposible: unas fuerzas armadas desarmadas compuestas por soldados humanitarios, cuyo objetivo no es hacer la guerra sino la paz, y a los que se respeta m谩s cuando se dejan matar que cuando matan. Esa imbecilidad se desmorona cuando lo real se presenta en forma de mina, emboscada o combate, y las familias largan en el telediario, con toda raz贸n, que nadie les habl贸 de guerra, y que su chico no fue a que le volaran los huevos, sino a repartir leche condensada. Es entonces cuando la ministra o ministro de guardia en esta charlotada b茅lico humanitaria del Bombero Torero, atrapados en su propia incongruencia, se adornan con media ver贸nica ahuecando la voz y poni茅ndose estupendos mientras hablan de la deuda que Espa帽a tiene con los difuntos y difuntas. Haciendo, adem谩s, que 茅stos queden como pardillos, al negarles incluso la palabra guerra; que, por pol铆ticamente incorrecta que sea, es la 煤nica que explica una muerte en combate. Cuando en un ej茅rcito profesional, voluntario, las familias protestan y se dicen enga帽adas si sus chicos mueren, alguien no se ha explicado bien. O no tenemos soldados, o los tenemos. Y si los tenemos, es para que palmen sin rechistar cuando les toque. No para que la ministra de Defensa –y sigo sin saber lo que defiende– venga a decirnos, con voz tr茅mula y solemne, que acaban de matar a un cervatillo en el bosque de Bambi.

ARTURO P脡REZ-REVERTE
XLSemanal 25 de Octubre de 2009

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