Pau Donés, Aless Lequio y otras gentes con tanta suerte

Con frecuencia, cuando alguien admirable transciende de plano, me quedo con el recuerdo de lo que le llevó a esa persona a valorar su paso por encima de las trabas de éste. Considero que esa inspiración es solo una de las muchas pruebas de nuestra inmortalidad, ahí donde la ciencia no tiene capacidad ni de rozar.

En la mayoría de esos casos admirables, encuentro como puntos comunes al menos dos paraísos: la música u otras artes, y la fascinación por los animales.

Son mayoría las personas que habiendo conocido el éxito, habiendo conocido los entresijos humanos en las alturas, valoran con mayor sabiduría la nobleza no racional, la que no negocia, la que no entiende de justificaciones, ni "enciframientos".

En el polo opuesto, donde se desea el reconocimiento o la sobrecomodidad a cualquier precio, está el que ya sea pobre, acomodado o rico, aspira, más que a nada, a lucir atisbos de supremacía humana, pues ella todo lo puede atesorar a diferencia de esos bichos que solo saben comer y cagar.
No hablo de lo positivo que es sentirse un ganador y merecedor de cualquier don, sino a ambicionarlo pisando lo que no represente esa supremacía. Con excepciones, éste es el perfil de quien desprecia el amor animal, es el perfil del completo perdedor, independientemente de lo que diga su banco.

Es decir, son mayoría en ambos extremos. Son mayoría las personas de éxito que acaban conectadas a una fuente de amor sin especie, son perdedores la mayoría de quienes desprecian la fuente.

Hace poco lo vimos con Aless Lequio García, un chico que teniendo pasta para comprar un par de criaderos del mejor pedigree, presumía de sus dos adoptados: Luna y Bobby.

Lunita se acaba de ir con Aless, y Ana Obregón le dedica unas emocionantísimas palabras en las que pide unirse pronto con su hijo y con Luna, "además he perdido a mi mejor amiga."
Y cómo no, salta el menda de turno censurando que hablara en los mismos términos para un hijo y para una perra.

Este desprecio a veces puede venir incluso del entorno más íntimo, de forma sutil. Familiares que, aun habiendo perdido a un ser muy querido, son incapaces de acariciar (y menos amar) a las "mascotas" huérfanas adoradas por el fallecido. Yo encuentro esa gélida distancia cercano a lo patológico, y cabría preguntarse, ¿quién está realmente muerto, el que ha transcendido su soporte físico pero permanece su huella divina o quien sigue respirando pero su alma tiene cascao el latido?
Hay que observar esos indicios miserables que pasamos por alto por ser bichejos los protagonistas, cuando en verdad de lo que nos habla es de lo más profundo de las personas.
Si nos pararnos en el abismo que separa la declaración de amor de una madre que también expresa dolor por otro miembro de la familia que no es humano, ajena al juicio de odiadores, Ana deja de parecernos una víctima del horror y es capaz de brillar por encima de sus circunstancias; las palabras de un perdedor y las de una triunfadora hasta en su peor momento, el triunfo de un interior roto.
Y aprendemos a proteger aún más a los "sin voz", cuando ni el dolor más extremo, más indescifrable, consigue que los tiremos al contenedor del pasado.

Lo escribo también desde la inimaginable experiencia propia.

Raquel Bermúdez G.
LaRakeLa.com











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