Tener acceso a los videoclips de temas tan poco comerciales como intensamente vividos era algo que ni se nos pasaba por la cabeza. Bastante teníamos con identificar el tema en las sesiones preguntándole al Dj de turno por su título, si tenía la noche tranquila y era del todo auténtico compartía unos segundos su portada. Aquella noche se convertía, con presencia o total ausencia de aditivos, en una noche especial.
El nulo acceso a la información de los que no nos dedicábamos profesionalmente a la música tenía un componente de lo más hipnótico y creativo, sin ninguna voluntad por nuestra parte aquellos sonidos creaban visiones de un mundo que nos acechaba con toda la explosión de poder y placer capaz de desbaratar nuestros sentidos. Las vivencias más noctámbulas, ensoñaciones brutas y, sobre todo, los primeros deseos amorosos con sus más impunes expectativas se volvían imparables a la hora de seguirles el ritmo a todas esas melodías que alimentaban imágenes para las que no existía disolvente cerebral.
Quienes amamos y vivimos bajo una influencia muchísimo más musical que informativa estuvimos convencidos de que en un futuro viviríamos todo aquello que con tanto amor habíamos protegido en nuestro imaginario, una historia diferente. Por más que pasen los años, algunos seguimos creyéndolo hasta el punto de convertirse en nuestra poderosa crema reafirmante, elixir de una eterna juventud de la que seguimos esperando más y tal vez, precisamente por ello, quizás, nunca nos abandone.
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