No tiene sentido hacer cosas sin parar, demostrar toda la carga que podemos aguantar, hacer despliegue de nuestra presumida energía, si luego no somos capaces de aceptar lo inevitable. O dejar que cosas simplemente sucedan, a través de nosotros, circunstancias rápidas y repentinas en las que no hay tiempo para evaluar una posibilidad de placer o una oportunidad de apuntarnos un tanto.