La Historia Interminable Felina - Raquel Bermúdez G.

Cada vez que venía su nieta Anita a Cabo de Palos, Salvador notaba, de forma abrupta y orgánica, cómo su alma y cuerpo se deshacían de treinta años de peso. Su brazo izquierdo dejaba de doler, el cuello destensado, y un sano apetito le llevaban al supermercado del pueblo a por la fruta más fresca.
Anita prefería la macedonia a  postres sofisticados, y a su abuelo le chiflaba sorprenderla con mezclas diferentes en cada encuentro.

Ambos disfrutaban de sus manjares en la pequeña terraza de la playa de levante.

Este viernes a la macedonia le había añadido trocitos de chocolate negro con frutos secos, cacao lo suficientemente puro como para no devaluar el manjar "macedónico".

- Todos los niños del mundo deberían tener un plato de vitaminas como éste y un abuelo como el mío.
Salvador intentó ser veloz en la respuesta, pero esta vez le costó disimular la emoción.
+ Y la abuela, tienes también una abuela que te adora, aunque pase mucho tiempo  limpiando y quejándose.
- Sí, bueno, pero no es lo mismo...

Ana fijó la mirada en el mar y susurró algo que no llegó al mal oído del anfitrión.
+ ¿Te ha pasado algo con la abuela?
- ¿'Recuerdas lo que me dijiste cuando era pequeña y esta casa era vieja y aún no la habías curado?
+ Reformado, cariño, se dice reformado.
- Me dijiste que no pensara que nuestra casa era menos que las demás, que todas las casas del paseo eran preciosas porque se pusieron de acuerdo para mirar juntas al mar.

Salvador le besó la frente con un amor casi tan vulnerable como la mirada de su nieta. Posó la mano sobre el hombro de la pequeña intentando encontrar la conexión de aquellas palabras con el distanciamiento que parecía estar sufriendo con su mujer.

 Quería hacerlo con delicadeza, sin hurgar, pero no se le ocurría qué podía ser, hasta que se acercó un pequeño gato a maullar de hambre en la puerta. Una respuesta peliaguda.
Anita de un solo salto llegó al visitante, le propinó un golpe de voz y volvió a la mesa.
+ ¿Por qué asustaste al pobre bichillo?
- Para salvarle la vida. Le he dicho Vete Rápido Que Mi Abuela Os Quiere Matar a Todos.

El gesto desencajado en una cara tan pequeña impidió que pronunciara una sola palabra para contradecirla, para mentirla en definitiva. Hubo un silencio que les cedió el tiempo para observar la huida temblorosa del animal.


- Yo soy como tú, abuelo, yo pienso en el hambre y la sed de los demás, de los niños y de los animales. Y si un gato me araña algo nuevo no le deseo la muerte, porque yo sé que necesitan limarse y no tienen cortauñas ¿a que yo soy como tú, abuelo?

+ Cariño, sí que lo eres, pero la abuela no es mala, sólo que aún no ha aprendido lo que nosotros sabemos.

- ¡Es ya muy vieja! ¡Se va a morir sin saberlo! Ella cree que lo más importante es que la casa esté limpia y bonita, y mis amigos dicen TU ABUELA ES UNA BRUJA QUE SÓLO POR SU TERRAZA ESTÁ DISPUESTA A MATAR.
A mi esta casa ya no me gusta aunque parezca bonita. Los niños dicen que ha llamado al ayuntamiento, y ya se sabe que las perreras matan, ¿cómo has dejado que lo haga?

+ Te prometo que no creía que fuese a llamar. Traté de calmarla y pensé que se le pasaría.


- ¿Pero hablaste con ella sobre lo que me escribiste?, ¿le contaste LA HISTORIA INTERMINABLE FELINA?

La Historia Interminable Felina era un relato que Salvador creó para su nieta y que pudiera entender, siendo tan pequeña, el gran cambio producido en España recientemente con el método CER en los gatos callejeros.
CAPTURAR, ESTERILIZAR, RETORNAR a su lugar.

 Salva había asistido a escondidas de su esposa a la Jornada Europea Felina, allí conoció al "premio nobel de los gatos" Harry Eckman, entre otros ángeles empeñados en desacelerar la diabólica mano del hombre.
En esos encuentros donde coincidían prestigiosas voluntades de las ciudades más bestiales del mundo, descubrió que España llevaba treinta años de retraso respecto a otros países que implantaron el CER (o CES) a finales de los 80 y principios de los 90.

La esterilización evitaba la superpoblación, las peleas entre machos, las camadas, y libraba a MILLONES de vidas de ser asesinadas en perreras.

La parte favorita de este relato creado para Anita es cuando su abuelo elige a los vecinos con quienes compartir por primera vez el descubrimiento del CER sin que lo consideraran un loco, ya que por entonces no pocos vecinos se burlaban de quien gozara de una sensibilidad y humanidad destacable.

Los elegidos fueron Paca y su marido, una maravillosa pareja cuya casa es actualmente la única derribada y en construcción en la playa.

La pareja trabajaba de sol a sol en labores de limpieza, jardinería y otras durezas que poco tiempo les dejaba para el respiro. Tal era el amor con el que se sustentaban que robaban horas al sueño para alimentar a la colonia del Cabo, así como para curar las heridas en los intentos de ahorcamiento en un tiempo en el que bajar al puerto a ahogar camadas era una pesadilla que la pareja presenciaba con dolor de vigilia en las entrañas.

Salva pensó que ellos escucharían y creerían en su descubrimiento.  Y cargado con un saco de pienso de 20 kg se dirigió a casa de Paca, aprovechando que su mujer estaba en el mar menor acabando con las existencias de caballitos de mar para decorar su terraza.

Esa era la parte favorita de Anita, lo visualizaba entusiasmado por compartir con sus vecinos más especiales la alegría de proteger al vulnerable, construía una imagen fastuosa de su abuelo. No sólo por el milagro de que el poder quedara vinculado a la compasión, sino porque había sido capaz de escribirlo con tanto atino para ella que quedó  benefactora de la mejor partida de su genética, anulaba que los genes  de La Abu ejercieran alguna manipulación en su visión justa y acogedora del mundo.

Ni qué decir que Paca y su marido atendieron al relato admirando cada detalle y a cada participante de la Jornada Europea Felina como sI fueran estrellas de la Alfonbra Roja, hasta el final de sus días soñaron con que la esterilización del CER llegara a la Región de Murcia, no ver ni un solo animal envenenado, quemado vivo y otras tantas modalidades a las que habían tenido que enfrentarse.


- Dile a La Abu que me voy a dormir, que le dejé en su mesita tu Historia Interminable, sólo volveré si la lee, que esta casa tiene treinta años de retraso para ser la más moderna y buena, que muchas casas antiguas de este pueblo son de lujo aunque den a carretera, porque no odian a los gatos, 
que de esta casa no me importan sus regalos ni tumbonas nuevas, lo que importa...
+ Respira, cariño, tranquila, tranquila unos segundos... 

¿Qué es lo que importa?

- Lo que importa es que estas casas se unieron y pactaron mirar al mar, las que elijan hacer el mal con la sed de los malos vientos y 
bocados de humedad se pudrirán. 


Salvador le guiñó un ojo prometedor, lo conseguiría aunque fuera lo último que hiciera. Estaba más bufado de orgullo que su primer gato Moisés. 
Por primera vez, y sin esfuerzo, había formado a una criatura fascinante, una niña apisonadora en su bondad, a la que no era fácil comprar. 
Pese a su inocencia era capaz de vislumbrar el sadismo sutil oculto en las costumbres de gentes "respetables", incluso dentro de la propia familia. 
Tan valiente..., haber identificado a su abuela como el garbanzo negro al que hubo que reformar de sus brujerías antes de haberlo hecho con la estrenada casa, antes de que sus malas artes se convirtieran en detestable menú del día. 

Había inspirado a Anita sin proponérselo, sin imponerse, sólo siendo él mismo, siendo con su nieta aquel hombre que la desidia de los otros le había impedido ser durante media vida.

 La media vida que le quedaba era la mejor mitad.
Incluso en el caso de que el destino le atizara pronto con sumo atino, aunque sólo le quedasen unos pocos años..., conocía al fin a alguien a la altura.
 A la altura de las bondades interminables de una casa frente al mar.




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