ESCRITURA Y DIVERSIÓN

Cuando Esther se flipó por alguien la primera vez era apenas una quinceañera pero llevaba ya un lustro garabateando un diario supuestamente infantil. Gracias a esa afición no le costó dar un segundo paso y descubrir lo apasionante de escribir a los amigos de Murcia cuando marchaba a la playa y a los de la playa cuando regresaba a Murcia. Así como a Sevilla cuando tuvo que dejar para siempre a su numerosa y "alegrísima" familia. 
Comunicarse por escrito fue junto a la música los primeros descubrimientos de una vida que se percibía fascinante.

El tercer "paso escrito" llegó en el primer enamoramiento, a falta de que dos adolescentes tan callejeros y ávidos de movimiento se entendieran del todo; Esther, nada dada a soportar malentendidos y malas caras, dio por segura la misma solución que con los amigos hacía desaparecer las sombras: una entrañable carta.

No era una declaración de amor, aunque mucho de éste hubiera, era una carta que rezumaba tierna amistad y diversión.
Un atrevimiento femenino que arriesgaba a descolocar y a que te viniera 5XL.
Ninguna pareja en esa pandilla se mandaba cartas viviendo cerca. Se gritaban, se amenazan con cortar, se encelaban, se maquinaban estrategias sobre el césped de El Carmen; pero cartas no, como mucho los reconciliaban un litro de cerve en el Floridablanca.

El folio hablaba de la necesidad de respetarse y de divertirse más juntos que por separado. Era un tono más cariñoso que amenazante, pero podías entrever que no estaba dispuesta a quedarse esperando a que llegado el finde los planes fueran cada vez más escurridizos.
De una de las canciones favoritas de ambos agregó: You should know that I never wait For somebody...Somebody.

Era un toque de atención a la vez que un cantoso abrazo.
Pero lo escrito se interpreta a veces con una intensidad que asusta al que no es muy lector.
Para ella fue un gesto emocionante y divertido; para él, una carta (con independencia del contenido) era intenso y comprometedor.
Ella le estaba pidiendo diversión, pues el cariño ya lo tenían, él pensó que le estaba pidiendo una conexión firmada con sangre.

Una sola carta acabó con dos años de complicidad y Te quieros, los años que tenía él más que ella. A las puertas de su mayoría de edad no sólo se asustó, sino que se bufó. Como un gato con collar nuevo frente al espejo, que no se reconoce pero se ve en breve león.
Era lo no va más, ahora las chicas le escribirían cartas de amor. Debía salir y conocer mundo, estaba claro que esa carta era prueba de ser un triunfador que se estaba perdiendo cosas, así se lo hizo ver a sus amigos: las chicas estaban dispuestas nada más y nada menos que a dedicarle parrafadas.
Y es que Esther dejó de ser Esther para convertirse en las chicas potenciales que le dedicarían sensaciones de su puño y letra. Algo brillante y exótico para un púber sin mucha tinta.

Cuando quedaron para verse por última vez, a ella no se le ocurrió llevarle una última carta donde redactar toda la intensidad que él le había regalado, emociones no escritas pero cargadas de tono implacable: ¿te das cuenta, Esther, que estaba escrito conocernos?, en esta canción estás todo el tiempo tú, cómo puedes ser mi mejor amiga y desearte tanto; no duermo, de noche me da por pensar todo lo que me queda por contarte; he soñado con el ruido que hacen tus pulseras al besarme, no me creo que te abrace cada tarde, cualquier día me dejas y no voy a encontrar tu música en ningún lado, o me vas a sonar en todos sitios.

Podría habérselo escrito en una carta para recordarle la pasión que había puesto él desde el principio aunque no fuera epistolar.

Sin embargo no lo hizo, fue impactante que la persona que la quería le hiciera sentir que ella, y sólo ella, se había montado UNA PELÍCULA.
¿Llegó a decirlo?, ¿usó él esa expresión maldita... Te Has Montado una Película con lo nuestro? Tal vez el shock bloqueó ese recuerdo. Lo que recuerda y en la vida olvidará es el efecto letal de la inocente carta que, por una parte, ofendió su frágil ego al ser avisado y, por otro, se sintió idolatrado como nunca se sintió antes.
Su primera misiva.
En ese momento que él recibía su primera carta ella ya había recibido doscientas. Esa diferencia era clave al interpretar la comunicación escrita.
El poder de lo escrito une o separa, y sólo se corrige con otro poder escrito de mayor intención.

Él se asustó de alguien ejerciendo tan a la ligera su poder.

Se asustó tanto que al despedirse le advirtió amenazante y dulce. No se te ocurra escribir sobre mí, habla lo que quieras, pero escribir no lo hagas. Cuenta lo que te dé la gana, pero no escribas mi nombre. No sé ni lo que ha pasado, no entendí tu carta, mis amigos dicen que estarás con otro en la playa, que por eso te vas algunos findes, que aunque yo te pidiera quedarte te irías, que tú amas la playa y la gente de allí, que nadie escribe cartas sin una buena razón. Si ya no me quieres habérmelo dicho a la cara, si tú sabes que soy tranquilo, yo no soy como mi padre, con todo lo que te he contado de él, ¿por qué me escribes?...

A Esther le dieron ganas de abrazarle tan fuerte hasta meterlo debajo de la piel, de recordarse a sí misma el cariño con el que a diario se sorprendían hasta hace apenas un mes, empezar de nuevo... pero empezar de nuevo ¿el qué? Ese folio no pedía otra cosa que más iniciativa para hacer cosas juntos. Y él no la había entendido, había hiper-romantizado sus intenciones solo por ser mujer, por atreverse a escribir, y por no estar familiarizado con la magia de las páginas.
Al final no la conocía, no conocía lo importante que era para su chica divertirse, salir a bailar en lugar de apalancarse allá donde dijera la mayoría. No necesitaba fuegos artificiales; con cualquier cosa jugaba, se divertía bailando con el cuerpo y bailando con otras posibilidades, ya había empezado a escribir sus primeros relatos. 
Pero él se había cegado por la llama sin molestarse en conocerla, molestarse en saber cómo se lograba prender. No sabía verla, y además había desconfiado de su lealtad atendiendo a las teorías de infidelidad de sus colegas. 
Era una desconocida. 
Y como tal le respondió. 
Zanjando sin ambigüedades. 
Ni una canción más.

Me iba, de espaldas y girando apenas la cabeza le dije mi mayor demostración de amor para que el futuro nunca nos atormentara con tantos conciertos pendientes.
No te preocupes que no voy a escribir en ningún sitio tu nombre. Duerme tranquilo, prefiero tapar identidades, solo uso el nombre real de quienes en algún momento me fueron de verdad importantes.

Con quince años entendía la importancia de no jugar a dejar medioabiertas las puertas. Aunque cerrarlas fuera lo menos divertido del mundo.





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